Adelantándonos al carnaval, cuya
fecha está marcada por el Miércoles de Ceniza que este año es 5 de marzo, vamos
a viajar a la región Ayacucho, pero a una de sus provincias más alejadas, nos
vamos a ir hacia Andamarca, pues aunque esté lejos de la capital regional, se
siente el espíritu mágico de esta celebración emparentada con la tierra, con el
desborde y el amor, como tiene que ser.
Antes de la cuaresma hay licencia para amar, danzar y beber. Si hay que probar fuerza, bienvenido; sino esperar hasta el último día para sentir la bendición del látigo.
Hola Gabriel:
Ahora que te observo, plácidamente dormido, quiero iniciar el viaje y
llevarte a la tierra de los andenes, a la bella y mítica Andamarca (Lucanas –
Ayacucho), donde además de la
Fiesta del Agua, el carnaval o pukllay se apodera de los
pobladores y los hace danzar , danzar, danzar y danzar...
Durante el carnaval la protección celestial está a cargo
de la Santísima
Trinidad , Santa Rosa, San Isidro Labrador y el Niño Víctor
Poderoso. Sin embargo, la energía festiva viene con la Chimaycha , el espíritu
de la madre tierra o la mujer de los wamanis, dioses tutelares que moran en lo
alto de las montañas.
Los mayordomos,
representantes de cada imagen sagrada, dan la bienvenida a los visitantes con
la sabrosa ullada u ollachinacuy, hecha a base de carne y frutos que empieza a
regalar la chacra: choclos de enormes y hermosos granos, papas grandes y de
suave textura, habas verdes y brillantes como el campo cuando recibe las
milagrosas gotas de agua, coles coposas y frescas, duraznos maduros que llegan al plato a darle
el toque dulzón y atractivo que el paladar aprecia al degustar
esta gama de ingredientes, que solo se juntan entre coloridas serpentinas.
Los
protagonistas de la mesa especial del banquete, cuya reina es la ullada, son el cantor, el sacerdote, los previsteros
o revistes, aquellos que se encargan de cambiar y cuidar a cada figura
religiosa, y las muñidoras o muñecas, mujeres que cambian las flores del templo
y de sus santos patrones, como el Niño Víctor, caprichoso y juguetón, quien
luce sus 25
centímetros entre pica pica y talco rosado, entre ese
poncho marrón y el chicote de cuero que cuelga de su cuello hasta el Miércoles
de Ceniza.
Gabriel, cuando
los españoles trajeron los carnavales, en nuestro territorio se hacían
sacrificios para que la cosecha fuera buena. Febrero era el mes de las lluvias
y las flores. Se asimila el festejo, pero no se olvida el pasado, se sigue
hablando con la pachamama y el amor de pasñas y maqtas, de solteras y solteros,
está en cada paso de baile y hay que descubrirlo cantando, haciendo piruetas
con el caballo como en Sacclaya (Andahuaylas – Apurímac) o estrellando las
frutas en el cuerpo del otro “hasta que reviente agua colorada”.
Relata Juan
Erasmo Bendezú, periodista y autor del libro “La Fiesta de los Apus” que “la
señora Chimaycha sale en los carnavales para gozar encarnada en los
chimaycheros o danzantes. (…) Cuando termina la fiesta, vuelve a internarse en
su morada: montañas, cataratas y manantiales, donde a ciertas horas del día o
de la noche suele cantar , por eso las mujeres y varones saben componer
canciones al instante”.
Y supongo yo,
que la Chimaycha
impide que los cuerpos de estos jóvenes pierdan movimiento, porque te contaré,
querido Gabriel, que bailan sin parar durante toda la semana. Son comparsas de
chimaycheros que invaden las calles de Andamarca. Avanzan en zigzag como si
delinearan la forma del río. Siguen las notas del arpa y el violín. Zapatean,
cantan, ríen. Visitan a otros conjuntos, compiten, se adornan y enamoran. La
chimaycha propicia el encuentro sentimental de muchachos y muchachas, aunque al
cantar hablen del mal servicio de las
empresas de transporte, de esas ganas de reencontrarse con los paisanos, de las
autoridades, de huaycos y derrumbes, del cielo gris, de las lluvias y el sol.
Como la emoción
no solo atrapa a los solteros, es
momento que hablemos del Carnaval
Vasallo. Quienes lo bailan, a ritmo de flauta y tinya, son los previstes, esos
señores mayores que asisten a los santos. Ellos danzan al lado de las
muñidoras, mujeres especialistas en rodear de flores frescas a las mismas
imágenes. La melodía es desafiante y guerrera. Marcan el compás con una
banderita cubierta de campanillas y casi al terminar la celebración, caminan
hacia Puquioqta, un acueducto preincaico, donde deberán realizar el pachatasayc
o lavado de ropa.
Es la costumbre
que los une en el agua. Una tinya junto a la flauta. Zapateo de ancianos sobre
el pasto. Una manta que descubre los trapos sucios de la iglesia: manteles, ropas del cura, tapetes, túnicas de
algunos santos. Los varones refriegan varias veces y escurren lento. Colocan
las telas sobre piedras y ramas. Aún sin sol secarán pronto. Mientras ellos
juegan y terminan en medio de la poza, mojados y contentos. Una tinya junto a
la flauta. Zapateo de ancianos sobre el pasto.
Gabriel, tu aún
no lo sabes, pero estamos viajando a través de mi memoria. Escucha: Lavar las telas del templo como un acto de
purificación requiere hacer lo mismo con
el cuerpo de cada carnavalero, pues se ha dicho desde el inicio de la fiesta,
que en estos días los demonios andan libres. Cada mayordomo usará
el chamberín de tres puntas de cuero crudo y golpeará al bailarín,
aconsejándolo y recriminándolo. Luego, los castigados tendrán que beber el
yawarchan, un brebaje de hierbas que según refieren es la sangre de Cristo.
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