Por
el poder de su espada y la fe que le profesan los cabanistas, cada año la
costumbre se mantiene viva. Cabana (Pallasca) no está cerca de Huaraz, pero es
un buen ejemplo de la riqueza costumbrista de la región Ancash. Riqueza que nos
dará la bienvenida cada vez que pisemos esta tierra.
Los
españoles trajeron a Santiago y equivocaron la ruta. El patrono de Cabana debió
irse a Santiago de Chuco (La Libertad) y el que llegó a la tierra del poeta
César Vallejo, con mitra y báculo, era para la capital de la provincia de
Pallasca. Sin embargo, así lo decidieron las imágenes y fueron adoptadas como
símbolos de sus pueblos, a pesar de que en Cabana los antiguos pobladores eran
rebeldes a las doctrinas hispanas que se querían imponer. Ellos veneraban al
sol, a la luna, al rayo o llibiac y al arco iris o turumanya.
En
un manuscrito de 1618 se ha encontrado las prohibiciones y sanciones
inquisitoriales contra quienes tenían creencias contrarias a la religión
católica. Ningún indio o india podía tocar
el tambor (caja) u otros instrumentos antiguos en las procesiones,
fiestas y solemnidades como casamientos o bautizos. Los caciques que consentían
tales prácticas eran despojados de sus cacicazgos y los que se atrevían a
burlar las prohibiciones recibían 100 azotes públicos y sus caballos eran
decomisados.
Ante
la presión y la resistencia, finalmente los lugareños quedaron rendidos ante
los ojos de Santiago. Ahora cada vez que desean pedir algo o agradecer algún
favor recibido le regalan mantos y capas, sombreros de paja y de metal, espadas
de oro y plata, estribos muy finos, botas de cuero resistente. Santiago tiene
un guardarropa bastante surtido y suele renovarlo en julio cuando está de
fiesta.
Entre cohetes y bailes, aparece la mojiganga, jugueteando con el vacuno que debe pasear y mostrar sus atractivos. Al concluir el recorrido, los devotos o mayordomos, son cubiertos por los decorados de la res y el festejo se hace interminable. Aunque, es verdad, no todos los toros tienen la misma suerte. Hay quienes ofrecen un toro de muerte y éste debe correr por las calles hasta ingresar a la vivienda del beneficiario, donde será sacrificado.
Por
Santiago los herederos de los Pashas, la antigua cultura que floreció en esta
zona, gastan y realizan repetidas invitaciones para ofrecer dulces, desayunos,
almuerzos y cenas. Por Santiago retornan a Cabana y le bailan vistiéndose de
pallas, aquellas mujeres elegantes que conquistaron a Pachacútec. Por Santiago
los blanquillos corretean en zigzag y queman castillos de diez a doce pisos en
la festiva luminaria. Por Santiago siguen la procesión y no despegan la mirada
del patrón que está allá en lo alto.