Imposible no preguntar por la granja. Cuando llego a Cajamarca tengo que buscar los famosos hongos deshidratados o los quesos ahumados.
Menos mal hay una tienda en la
cuadra 13 del jirón Chanchamayo y allí, además de estos productos, hay queso
mantecoso, mantequilla, queso fresco, queso tipo suizo, y más, de lo que
milagrosamente producen en la Granja Porcón.
Vivir en comunidad y respetar los saberes de cada uno, ponerlos en práctica a favor de todos y mantenerse en el tiempo, en armonía y con el mismo éxito, esa es la síntesis de lo que significa Granja Porcón. A unos 30 kilómetros de la ciudad de Cajamarca se encuentra este maravilloso lugar, que es mucho más que un paisaje lleno de pinos enormes y ordenados. La reforestación abrió el panorama un día y muchos desconfiaron, temieron quedarse esperando en el tiempo, sin embargo, la tenacidad, la esperanza ganó.
Años después, estas áreas reforestadas se convirtieron en un oasis de productividad, en un modelo, en un destino oficial, al que llegan miles de gentes no solo como turistas sino como estudiantes, como observadores de la experiencia que han realizado un largo viaje para aprender, para aprender de estos campesinos y campesinas, evangélicos, que rodeados de frases bíblicas: “Jehová es mi pastor nada me faltara”, “Reinó Dios sobre las naciones; se sentó sobre su santo trono”, “Todo lo puedo en Cristo que me Fortalece”; trabajan y producen, crean y diseñan, cocinan y crían, ríen y atienden, comparten.
Es verdad, en esta villa, con restaurantes, hospedaje, piscigranja, zoológico, tiendas de artesanía, talleres de tejido, transformadores de lácteos y hongos, la vida está regida por normas celestiales de la religión evangélica, las cuales aterrizan en normas básicas de convivencia y compromiso con el vínculo familiar y comunal que hacen posible su existencia por más de 30 años siendo un ejemplo de sostenibilidad y progreso. De la madera, que fue al principio la ocupación más importante de los habitantes de la granja, han pasado al turismo, han encontrado un rubro que permite rescatar actividades y fortalecer otras tantas. Así que han bendecido su esquema con mayor organización y distribución de oficios.
Se han despertado nuevos talentos. La mujer no solamente teje. Cuando se aburre de los hilos y el crochet, pinta las alas de esa gallina que su compañero ha creado usando el fruto del pino. Y si quiere ocuparse más, irá a los talleres de tejido y empezará a usar uno de los telares, los que han sido confeccionados por hábiles carpinteros de la granja usando troncos procesados en el aserradero de la granja.
Todo es una cadena. Las truchas de la piscigranja primero deben abastecer a los restaurantes de la granja, lo mismo pasa con los hongos o con los productos lácteos.
Despertar en el albergue y abrir la ventana es ganarse con el paisaje, una visita al zoológico a media mediana, una caminata por entre los pinos para ver cómo crecen los hongos, una visita al taller de tejido para aprender de teñidos, por ejemplo. La verdad, para pasar varios días allí y no tener que esforzarse en pensar qué podemos hacer.
Contacto con Granja Porcón: www.granjaporcon.org.pe
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