viernes, 14 de febrero de 2014

A Taita Moshoque y Mamá Pilla



Si se queda en la ciudad de Lima, quizá le interese saber que esta urbe pertenece a la región del mismo nombre. Y la región Lima es tan grande que cuenta con una sierra espectacular. A unas cinco horas más o menos se encuentra el poblado de Laraos (Huarochirí), donde siempre escuchará la hualina, un canto hermoso y festivo, donde de seguro le contarán de Moshoque y Mamá Pillao, de la fiesta del agua o champería.



Limpieza ordenada. Van por tramos y en grupo limpiando el canal.

Los faeneros y las autoridades se desplazan en fila hasta el siguiente punto de limpieza.


Personaje de la fiesta del agua con la bandera de su parcialidad.

Mantener el vínculo significa para los larahuinos cantar la Hualina y ofrendar, esfuerzos y creencias, al venerado Taita Moshoque. El Taita habitó el antiguo Cullipata y junto a su mujer, Mamá Pillao, y a sus hijos Allauca, Chaupín y Pauyac, construyó el gran canal por donde discurre el agua, el líquido vital para sus campos y andenerías. Ese canal, la acequia mayor de Laraos (Huarochirí, Lima),  sigue siendo limpiado por los pobladores en un evento ritual llamado Champería, costumbre que se repite cada año desde el último jueves de mayo hasta la primera semana de junio.
La Champería es un tejido de tramas y colores diversos, de significados singulares y enlaces perfectos que hablan de un solo eje, el que aún existe y se mantiene en estas épocas de modernidad y tecnología, de tiempos apurados y resoluciones harto prácticas. Está el rito, el personaje, las canciones, el telúrico mensaje del Yaraví, el hermanamiento a través de la Huayma y la despedida en una Shullmaya alrededor de las banderas. Está la Hualina también. Y Laraos es la Capital de la Hualina, el canto festivo y de arraigo popular donde se describe y se añora el festejo: “Cinta de colores, verde moradita, cómo va flameando por mi varita/ Al cantar Hualina que bonito brilla, por los pajonales de Quiulacocha…”

Mi sorpresa se ha transformado en admiración, ante cada concepto, ante cada parada del largo recorrido. Ante las hojas de coca, ante los quipes morados, ante las varas y cintas, ante las banderas y flores como la pallanhuayta y shingushhuayta. Pero de lo que quiero escribir y contar, a cada rato, es del Brujo o Parián, del Mingao o Pacho, el dueño de la fiesta, el sabedor, el elegido, el que sabe qué hacer ante la lluvia que está por llegar, el que sabe qué hacer si aquel aguacero no quiere venir. Este Mingao debe avanzar al lado del agua. Lleva en sus manos una pala pequeña que es su símbolo,  y a cada instante,  voltea para mirar la acequia y ver si el agua lo acompaña. Si lo obedece. Y si siente que no, le reclama y exige. Porque además, esa agua sucia, llena de pasto y tierra, trae, según cuenta la leyenda, a un sapo.  Pero claro, no a cualquier sapo. Se supone que al principio de la fiesta y en un lugar especial se reunieron las autoridades y realizaron la corrida,  con el cuy negro que llevaron. En esa corrida, ese cuy negro ingresa y desaparece en el agujero de una piedra grande y sale convertido en sapo. Así tendrá que llegar hasta Laraos, hasta la casa de Moshoque, el Museo de Sitio de la Champería, didáctico y vivo, de homenaje a esta celebración antiquísima que me tiene más orgullosa de ser peruana. 







Fotos: Martín Alvarado

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