lunes, 17 de marzo de 2014

Tras la máscara de alambre



Roberto Aguirre y su terquedad para seguir creando. Foto: Colectivo Neblina


Las huellas de una época pueden servir, para que en otro momento, haya posibilidad de encontrar al personaje y aprender de su talento. En una ciudad como Cajamarca, hay muchos, uno de los que recuerdo con mayor cariño, es don Roberto Aguirre, el mascarero.


Ostentar el título de “Capital del Carnaval Peruano” ha permitido que las actividades festivas se mantengan a lo largo del tiempo y aunque muchas de ellas han variado, es todavía  una gran opción visitar Cajamarca durante los carnavales. 

Centrado en la creación de trajes coloridos en cada barrio, donde además se gesta la celebración y la competencia, el carnaval cajamarquino tiene un programa bastante nutrido que alcanza su máxima expresión cuando el Ño Carnavalón y su esposa, Doña Carnavalona, parten en recorrido fiestero desde el Barrio Santa Elena, donde además, por años, se han encargado de armar, decorar, mantener y cuidar a estos personajes en cuyo nombre se canta, se moja y se pinta.

Cajamarca es una ciudad que ha crecido manteniendo sus antiguos colores y creencias. Es Patrimonio Histórico y Cultural de las Américas y dicen que el término Cajamarca podría significar: Tierra o provincia del hielo, paso de las montañas, lugar de espinas, pueblo del rayo, y más. Aunque la hemos nombrado repetidas veces, cuando hablamos del encuentro de incas y españoles, del Padre Valverde, de Pizarro y de Atahualpa; tenemos la posibilidad de darle una mirada distinta, siempre. Cada viaje tiene que ser una huella, un rescate, una transformación. 

En carnaval o en otras épocas es posible reencontrarse con don Roberto Aguirre, el mascarero insignia del carnaval, aunque en la actualidad esa máscara de alambre, tan tradicional y típica, ya no sea tan usada por los carnavaleros. 

“La máscara de malla y alambre empieza con el abuelo, él comenzó a hacer y lo llevó a diferentes partes del Perú. Viajó por Huánuco, Puno, Cuzco, Arequipa y radicó un poco aquí en Cajamarca. Ese arte de hacer las máscaras de malla de alambre le enseñó a mi papá. Mi papá me enseñó a mí”.

Recibió el don y se ha quedado hasta hoy con ese talento. Claro que tuvo que instruirse y tecnificarse en solitario, leyendo, mirando, creando, ingeniándoselas, pues don Roberto es autodidacta. Rodeado de herramientas, materiales y máscaras en jebe o silicona, en papel maché, en alambre, don Roberto sigue creando aunque sienta que la demanda ha bajado y que muchos lugareños no aprecian su trabajo. 

En su casa-taller del jirón Junín, a una cuadra de la Plaza de Armas de Cajamarca, lo encontré hace algunos años y entre muchas cosas, me dijo:

Sonaly: Sus saberes los trasmitirá a sus hijos?
Roberto: Intento, pero ellos, quieren otras cosas, ya quieren irse afuera, ya no les llama la atención, entonces pueda ser que acá nomás se termine la tradición de las máscaras de malla o de alambre.
Sonaly: Ojalá no
Roberto: Dios quiera que no todavía, me conserve unos añitos más para poder dejar a mis herederos. A mis hijos les estoy inculcando, les estoy escribiendo un libro con todos los secretos para confeccionar las máscaras en diferentes materiales. Vamos a ver como resulta y se pueda continuar con una tradición de más de 140 años.


Jolgorio carnavalero para el recuerdo.

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